7 de octubre de 2019

LA DIOSA Y LOS PUENTES



Anhelo ver puentes difuminados. Puentes aletargados de luminosos días nublados como blancas sinfonías. No me importa si bajo ellos hay aguas quietas o pasan fantasmagóricos ejércitos o de nuevo un huracán amatorio arrasa dos cuerpos con un torrente erótico difícil de clasificar.

Quiero estar en un puente húmedo del sur donde sea posible escribir no por un sentido literario sino de perplejidad de lo que llamamos real; por ello concibo estas palabras que son una especie de descanso del pensamiento continuo.

Una tarde caminé hasta el borde de los acantilados pensaba en ellos como cicatrices de la costa herrumbrosa o tal vez como gigantes secuestrados en cárceles de anís y un sol enajenado y andariego danzando en los vericuetos mentales de esos roqueríos que contuvieron el aliento ante mi pasada insustancial
Un insecto brillante fuerte hermoso cuyos sueños azabaches son una mercancía para locos, cruza el espacio entre la hierba y los cielos con paso firme y carcaza industrial para reiniciar la evolución.

¿Quién inventó la miseria? No lo sabemos. Luego sobre la ruina sensual de las catedrales beberemos una filosofía relampagueante que nos dará nuevas fuerzas.

La libertad tornasolada que nos derretirá los ojos al estilo de las lámparas antárticas de ancianidad fabulosa.

¿Qué arroja el mar en estas costas invisibles? No lo sabemos. Quizás trozos de madera de otras dimensiones. Con ellos la diosa encendió el fuego. Suspiró la danza. Entregó su pasión incorpórea a la voracidad de cinco humanidades lánguidas.

Las aves del mundo llevan su amor fundacional volando sobre todos los puentes ciclópeos y las galerías subterráneas. En algún lugar se guarda celosamente la poesía primera.

Anhelo ver puentes difuminados y la silueta de la diosa sobre ellos. Nada más tiene sentido salvo seguir exaltando mi oscuridad en medio del rocío con que el éter baña mi hipotética existencia.