11 de octubre de 2017

A menudo recuerdo el rostro de mi hijo sostenido por dos helechos gigantes a modo de pilares que lo sujetan por las orejas curvas y cenicientas y de alguna forma abatibles y elásticas y su cara basáltica y diamantina con una extraña luz en los extremos y su boca de una franqueza similar al agua de un lago navegable pero sin duda es su frente la que hace que mi recuerdo quiera alcanzar una y otra vez esa postura maciza e íntegra similar a un mantra.