A menudo
recuerdo el rostro de mi hijo sostenido por dos helechos gigantes a modo de
pilares que lo sujetan por las orejas curvas y cenicientas y de alguna forma
abatibles y elásticas y su cara basáltica y diamantina con una extraña luz en
los extremos y su boca de una franqueza similar al agua de un lago navegable
pero sin duda es su frente la que hace que mi recuerdo quiera alcanzar una y
otra vez esa postura maciza e íntegra similar a un mantra.