A esto se reduce estar
vivo: una perfección brusca e infatigable que a flor de piel nos indaga hasta
la pacífica demencia.
Pero en las cimas del amor
donde las oscilaciones de la conciencia someten al ser a una suerte de paraíso hemos
de mantenernos ávidos en la opacidad
De modo que no haya un sol
prefijado sobre la montaña que creamos es nuestra existencia o nuestro primer
amor. El milagro es esperar y renacer desde las cornisas hacia un mundo
insolente en su clásica belleza.